El gran Iniciado Masón Egipcio Jeshua Ben Pandira conocido en el mundo físico como Jesús de Nazareth, estudió en la pirámide de Kefrén, viajó por Caldea, Persia, Europa, India y el Tibet.
Existen documentos secretos en el Tibet que demuestran que Jesús, el Gran Maestro Gnóstico, estuvo en Lhasa, capital del Tibet, Sede Sagrada del Dalai Lama.
El Gran Hierofante estudió en la Catedral Buddhista de Jo Kang, la Santa Catedral del Tibet, investigando libros tibetanos. Fueron infinitos los conocimientos que Jesús adquirió en todos esos países y en todas esas antiguas Escuelas de Misterios.
El Gran Maestro nos entregó todos esos conocimientos Yoguis, Budhistas, Herméticos, Zoroastrianos, Talmúdicos, Caldeos, Tibetanos, etc. en forma de síntesis, ya digeridos en su Gnosis. La doctrina de Jesús es la doctrina de los Esenios, de los Nazarenos, de los Peratisenos o Peratas, y de todos aquellos que han vivido la Senda del Arhat Gnóstico. Ciertamente los Esenios fueron Gnósticos.
Hay Gnosis en la Doctrina Buddhista, en el Buddhismo Tántrico del Tibet, en el Buddhismo Zen del Japón, en el Buddhismo Chan de China, en el Sufismo, en los Derviches Danzantes, en la Sabiduría Egipcia, Persa, Caldea, Pitagórica, Griega, Azteca, Maya e Inca.
Si estudiamos los Evangelios Cristianos, hallaremos las Matemáticas Pitagóricas, la Parábola Caldea y Babilónica y la Moral Buddhista.
Es urgente que nazca el Cristo en el corazón del Hombre. Es necesario que cada ser humano se convierta en un Angel Solar.
Jesús, El Maestro
Hace dos mil años, la divinidad se encarnó en este planeta para mostrar a toda la humanidad el sendero glorioso que conduce a la vida eterna, pudiendo vivir la vida divina sobre esta tierra. Jesús no era un ser ordinario. Era el poder y el amor divinos, encarnados en este planeta con un propósito especial y divino. Su advenimiento tuvo como finalidad cumplir el plan divino para este mundo. Su manera de actuar y su propia vida así lo demuestran.
El Nacimiento de Cristo y su Significado
El momento y la forma del nacimiento de Jesús revelan una profunda ley espiritual.
Jesucristo no nació en un gran palacio. No nació de padres adinerados ni cultos. Jesucristo nació en un lugar tan sencillo y solitario como un establo. Nació de padres humildes que no tenían nada de lo que alardear, excepto de su santidad. Nació, además, en la oscura hora de la medianoche sin que nadie lo advirtiese, excepto algunas personas buenas.
Lo antedicho demuestra que el despertar espiritual le llega al aspirante que es humilde, llano y «pobre de espíritu».
La cualidad de la humildad verdadera es uno de los fundamentos indispensables, al que siguen la sencillez, la santidad y la renuncia a todo deseo de riqueza mundana y al orgullo del saber. En tercer lugar, de la misma manera que Cristo nació en la oscuridad sin que el mundo lo supiese, el advenimiento del espíritu de Cristo tiene lugar en el interior del hombre, cuando se tiene una autorrealización y autoabnegación totales.
Ese es el nacimiento a la vida divina. Fue el secreto de ese nacimiento lo que hace tantos siglos Jesús explicó al buen Nicodemo.
El buen hombre no entendía lo que quería decir Cristo cuando enseñaba que un hombre debía nacer de nuevo para alcanzar el Reino de Dios. «¿Cómo puede ser eso?», preguntaba Nicodemo. Y fue entonces cuando Cristo explicó que ese nacimiento había de ser interno; no del cuerpo, sino del Espíritu. Un nacimiento espiritual interno es esencial para alcanzar lo Supremo y experimentar la verdadera dicha.
La sencillez y fuerza de las palabras de Jesús
El modo en que Jesús vivió y enseñó fue simple, aunque sublime. Su manera de enseñar era extraordinaria.
Jesús no era un estudioso académico. No podía alardear de títulos ni doctorados. No poseía ninguna pericia o maestría sobre ningún tipo de arte práctico o ciencia. No se dedicaba a la oratoria grandilocuente ni a dar sermones eruditos desde un púlpito. Cuando hablaba, lo hacía brevemente y empleando pocas palabras. Sus expresiones eran breves, enérgicas y aforísticas. Pero sus palabras vibraban con un poder extraordinario que no pertenecía a este mundo.
Las palabras de Jesús eran vitales y ardientes. Se encendían hasta en lo más profundo de la conciencia de quienes le escuchan. ¿Por qué razón?
Cuando Jesús hablaba, sus palabras provenían de las profundidades de un amor ilimitado y de una compasión infinita y divina, que emocionaban a quienes le escuchaban, haciendo surgir en ellos un deseo poderoso de hacer el bien a los hombres, de servirles, ayudarles y salvarles.
Esta compasión por purificar, elevar y salvar a la humanidad constituye el Sagrado Corazón de Jesucristo. Ese amor avivaba sus palabras con una fuerza divina, que las hacía permanecer por siempre en los corazones de quienes tuvieron la fortuna de escucharle.
El Cristianismo
No hay mucho de filosofía intrincada o de Sádhana yóguico en el cristianismo, y hay una razón para ello. Jesús tenía que tratar con incultos pescadores de Galilea, por lo que sólo les dió preceptos morales y les mostró el modo de vivir rectamente.
Dejando aparte toda teoría filosófica y sutiles investigaciones intelectuales, Jesús explicó al hombre cómo debía vivir, qué debía pensar, qué debía sentir y qué debía hacer. Para ello, disfrazó incluso las más elevadas verdades de la vida espiritual con historias y parábolas sencillas, que incluso el hombre común podía entender.
Revestida en forma de parábolas sencillas, la más profunda sabiduría de la vida espiritual era así expresada a los hombres a través de las palabras dulces de Jesús.
Jesús explicó la verdadera naturaleza de Dios, el hombre y el mundo en que éste vivía. Enseñaba a las gentes a cambiar su manera de ver las cosas. Les decía que si cambiaban su visión de la vida, de su aspecto material al espiritual, se darían cuenta de que el mundo en que vivían era el Reino de Dios.
Jesús no ha dejado ningún texto escrito sobre sus importantes enseñanzas. Transmitió todas sus enseñanzas oralmente. Ni él ni sus seguidores escribieron nunca durante su vida ni una sola palabra que él dijese.
Las palabras de Jesús no se recogieron hasta varias generaciones después de haber sido dichas.
Sus palabras han sido mal entendidas, mal escritas, mutiladas, deformadas y transformadas. Y, sin embargo, han sobrevivido casi dos mil años, pues eran muy poderosas y provenían del corazón de un Yogui realizado.
La Voz de Jesús
La voz de Jesús es realmente la voz del Ser Eterno. A través de ella se expresa la llamada de lo Infinito a lo finito, o del Ser Cósmico al ser individual: la llamada de Dios al hombre.
Su voz divina es la misma voz que la de los Vedas y los Upanishads, del Corán y del Send-Avesta, del Dhammapada, y de todas las escrituras sagradas de la grandes religiones.
Fundamentalmente, el evangelio que predicó es el mismo que el expuesto en todos esos libros santos. Es el camino de negar la carne y afirmar el Espíritu. Es el camino de crucificar al ser inferior para llevar a cabo la resurrección gloriosa del Espíritu, la ascensión final hacia lo Infinito y la trascendencia hacia lo Divino. No es otro que el sendero de los Upanishads de expulsar el goce, Preias, y aceptar el mérito religioso, o Sreias; es decir, de negar el Anatman, o el no-ser, y vivir la vida en el Atman, o el Ser.
Jesús declara: «No puedes servir a la vez a Dios y a la riqueza». En otras palabras, su enseñanza implica desapegarse a la vez que apegarse. Desapegarse de los objetos materiales de este mundo transitorio y apegarse al tesoro espiritual eterno del Atman. Cristo nos enseña así el gran sendero que va más allá de todo pecado y tristeza.
La Vida de Jesús
Jesús fue la encarnación de sus propias enseñanzas. En Él podemos contemplar la santidad, bondad, misericordia, dulzura y justicia perfectas.
El dijo: «Yo soy la Verdad, el Camino y la Vida».
Constituye el modelo o ideal más perfecto de la humanidad. Fue un filósofo, profeta, preceptor y reformador.
Sobre la personalidad de Jesucristo descansaba una pureza casi sobrenatural. Su vida fue una bella combinación de Ñana, Bhakty y Karma. El ideal del desarrollo integral de la cabeza, el corazón y la mano, hizo de su vida un modelo para que la humanidad lo imite durante toda la eternidad.
Cristo era siempre consciente de su identidad inseparable con el Ser Supremo. Sin embargo, la devoción y el amor profundos hacia el Dios personal también encontraban expresión en él en forma de oraciones, alabanzas y ensalzamiento.
En su vida diaria, Jesús era la personificación del espíritu del Karma Yogui. Su vida entera, fue un continuo ministerio hacia los afligidos. Sus pies se dirigían sólo hacia donde su ayuda fuese requerida. Si sus manos se movían, lo hacían sólo en ayuda del afligido y del oprimido. Su lengua hablaba sólo para proferir palabras suaves y dulces de compasión, inspiración e iluminación.
Con el solo brillo de sus ojos yóguicos y luminosos, Jesús despertaba, elevaba y transformaba a todos aquellos hacia quienes dirigía su mirada. Sentía, pensaba, hablaba y actuaba sólo para el bien de los demás. Y en medio de todo ello, experimentaba conscientemente la frase: «Yo y mi Padre somos uno».
Su vida fue la de un sabio en Sahaya Samadhi.
La vida de Jesús manifiesta un heroísmo silencioso, aunque supremo, ante la oposición, persecución e incomprensión. Él dio ejemplo de cómo el aspirante rechaza las tentaciones en el sendero espiritual. Mucho antes del drama externo de la crucifixión, Jesús se había ya crucificado a sí mismo voluntariamente, aniquilando al ser inferior y viviendo una vida divina.
Jesús era el mismo Dios. Sin embargo, ¿por qué tuvo que padecer tanta persecución y sufrimiento? ¿No podía acaso haber arrasado a sus enemigos con el simple ejercicio de su voluntad divina? Sí, pero la encarnación suprema del amor que era Jesús deseaba que su vida fuese un ejemplo a seguir por las gentes. Por ello, se comportaba como cualquier otro ser humano, dando ejemplo al hacerlo así, durante su corta y memorable vida.
Senda Divina, Swami Sivananda
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