martes, 11 de junio de 2013

Encuentran joyas egipcias de origen extraterrestre



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AREA X (Especial para Urgente24) – Científicos británicos descubren que unas piezas de joyería del Antiguo Egipto, de más de 5.000 años de antigüedad, están hechas con materiales de origen extraterrestre.

Al estudiar los objetos, encontrados cerca de la localidad de Gerza, en Egipto, con la ayuda de un microscopio electrónico de barrido y un tomógrafo computarizado, los especialistas concluyeron que estos contienen elementos meteóricos.

Según el estudio, publicado en la revista ‘Meteoritics & Planetary Science’, en las joyas hallaron hasta un 30% de níquel, típico elemento que conforma los meteoritos metálicos.

Asimismo, los objetos contaban con la estructura de Widmanstatten, una estructura específica que normalmente se forma por un enfriamiento muy lento en ciertos tipos de objetos espaciales.

Los científicos explicaron que los nueve collares de metal que están siendo objeto de estudio pertenecen a la cultura de Naqada II, un periodo predinástico egipcio, conocido también como Gerzeense. Esta cultura existía en el cuarto milenio a. C.

A pesar de que la primera información acerca del uso de hierro en la región data del siglo VII a. C., artefactos metálicos más antiguos se encuentran en ocasiones extraordinarias en Egipto. Los resultados del estudio sugieren que otros artículos similares de aquella época también podrían haber sido fabricados con material procedente de los meteoritos.

La Tumba de Cristal en Keops
Las historias que relacionan al antiguo Egipto no son pocas ni nuevas. Desde los relatos del famoso místico Aleister Crowley hasta las producciones de Hollywood como Stargate, la idea de que alguna civilización ET estuvo presente durante el reinado de los faraones se extiende en diferentes formatos, albergándose básicamente en laincapacidad de la ciencia de explicar ciertos hallazgos.

En 1987 el egiptólogo francés Louis Caparat comenzó las negociaciones con el gobierno egipcio con la intención de llevar a cabo una serie de excavaciones en la Gran Pirámide de Keops. La razón era un tanto pedante: Caparat afirmaba que todavía no se habían descubierto las habitaciones más importantes de la pirámide. Solo él y sus tres ayudantes podrían excavar allí y acceder a los tesoros ocultos.

El ministro de educación y el canciller francés de aquel entonces exigieron algún tipo de prueba. Caparat llevó al estrado una serie de planos y manuscritos en donde se afirmaba -de cierto modo- que entre los sitios descubiertos desde principios de siglo hasta la década del 80 existían ciertas zonas en gris. Estos lugares no pudieron ser accesados por los anteriores arqueólogos. Así mismo, Caparat presentó una carta de una empresa norteamericana que ponía a disponibilidad una moderna máquina excavadora, lo cual ayudaría de sobremanera en el trabajo. El ministro pidió una semana de receso en las conversaciones.

En el invierno del 88, Caparat y sus asistentes excavaban ya en Keops. Se le concedió el plazo de cuatro meses con posibilidad de extender el tiempo si se llegaba a encontrar algún indicio. El trabajo fue preciso y llegó a agotar al arqueólogo. No obstante, la tajante persistencia fue su mejor consejero. Día a día avanzaban con rapidez. La excavadora americana funcionaba con increíble acierto. Llegó a trabarse en algunos tramos.
Al poco tiempo, uno de los ayudantes de Caparat – Ernest – comenzó a tener cierto malestar en el pecho. No podía ingerir alimento alguno. Vomitaba de forma extraña, no lograba conciliar el sueño y se quejaba cuando le tocaban. Una sugerente marca roja le rodeaba el cuello.

El arqueólogo le acompañó hasta el hospital más cercano. Para su mala suerte debieron internarle. Los médicos le examinaron. Al parecer sufría de un virus no identificado que atrofiaba los conductos internos de los pulmones. Las fosas nasales emanaban gran cantidad de flemas de un color rojizo.

Como precaución, el médico le pidió a Caparat que detuviese las excavaciones. Podría ser algún tipo de trampa creada y desarrollada por los egipcios antiguos.

El arqueólogo afrontó una seria decisión. O abandonar definitivamente la excavación, o continuar por su cuenta. Los otros ayudantes se negaron a prestarle servicios. Temían contagiarse.

En la plenitud de la investigación, Caparat atravesó largos túneles y sobrevivió a cualquier inconveniencia tanto climática como física. Era común que la presión atmosférica fuese baja, lo cual le impedía respirar correctamente. Por esta razón trabajaba desde las 6 de la mañana hasta las 3 de la tarde. A posteriori se dedicaba a analizar los resultados y anotarlos en sus registros.

Una semana antes de que se venciese el lapso programado por el gobierno egipcio, Caparat halló lo que aparentaba ser el principio de una entrada. Marcó el borde superior con su instrumental, una pequeña escoba de mano le ayudó a limpiar el terreno. La tierra era espesa. No se dejaba manejar fácilmente. Caparat descubrió tres jeroglíficos entrelazados por lo que parecía ser un ramo de olivo. Tardó aproximadamente una hora en decodificarlos. Los signos hacían referencia al faraón Keops y a sus condescendientes. El arqueólogo -emocionado- se comunicó con el canciller francés. La excavación recibió apoyo directo del gobierno egipcio. El que antes era un simple soñador, era reconocido como un talentoso investigador. Aunque todavía quedaba mucho por descubrir, Keops asombraría nuevamente al mundo.

Una centena de hombres y 61 días fueron suficientes para librar de obstáculos la preciada entrada. La puerta yacía en buen estado. Mostraba una cantidad interesante de figuras, representadas en bajorrelieves de fino corte. Con la ayuda de un remolque externo se logró derribar las trabas que impedían abrirla. Los científicos cubrieron sus rostros con máscaras. Examinaron, con precaución, el lugar. Estaba completamente oscuro.
Caparat fue el primero en avanzar en tierra desconocida. Para su sorpresa, la recámara contaba con dos círculos de unos 20 centímetros (aproximadamente) ubicados en ambos extremos del sitio por los cuales ventilaba aire. La sorpresa no se hizo faltar. Caparat se topó con una gigantesca tumba de cristal macizo. Llamó a sus asistentes -que habían regresado a sus tareas luego de la buena nueva- y les pidió que alumbrasen el objeto a la brevedad. Para el horror de muchos, un cadáver yacía dentro de la tumba. Y no parecía ser humano.

El cuerpo fue depositado en una ambulancia especial y fue llevado a un centro de investigaciones donde se practicarían diversos exámenes. La tensión creció cuando Caparat halló entre las piernas del ser un papiro antiquísimo. Abandonó el lugar y se retiró a sus aposentos en un hotel.

El ministro egipcio de relaciones exteriores se hizo presente en la excavación junto con la fuerza policial. Cercó la zona y prohibió el acceso.
Transcribió la traducción con severo cuidado a su cuaderno personal. Caparat se asombraba con cada nueva decodificación. Los jeroglíficos no poseían la construcción fonética normal. El estilo variaba por signo. Al parecer, el faraón Keops había firmado un tratado con un alienígena proveniente de un sistema estelar lejano. El ser le brindaba completa protección durante su vida a cambio de refugio.

Así mismo, le explicó el devenir de la historia del hombre. La posibilidad de viajes interplanetarios, de intercambiar personas de mundo a mundo. El faraón, maravillado, aceptó la oferta. Firmaron un pacto en donde se explicitaba que el alienígena podría residir en Egipto el tiempo que desease. La criatura vivió en paz el resto de su longeva vida. La tumba se construyó con un diseño que dibujó antes de morir.

Caparat recibió la visita de la policía en el hotel. Le quitaron el papiro y sus cuadernos. Se le obligó a regresar a Francia.


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