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Nueva York, a las once y media de la noche en una fecha indeterminada hacia junio del año 1950. Hace calor, la gente aprovecha la bonanza veraniega para pasear por las calles o disfrutar de una de las muchas atracciones de la ciudad de los rascacielos. Esta típica estampa americana se ve súbitamente alterada por un hecho insólito, algo fuera de lo común. Entre la multitud destaca un personaje extraño, con ropas elegantes pero anticuadas, como salido de un museo, alterado, distraído, impresionado por lo que estaba contemplando. Este hombre ni siquiera siente el inminente peligro de caminar entre los vehículos que circulan raudos por las calles cercanas a Times Square. Lo inevitable sucede, el hombre ausente muere en el acto, atropellado.
Hasta aquí, podría no ser más que la mediocre crónica de un suceso, por desgracia bastante habitual en algunos lugares. El fallecido parecería un loco para algunos o un borracho, alguien drogado o un excéntrico. La cosa no pasaría de ahí, se perdería en las páginas de los periódicos, eso sí, tras haber despertado el morbo de algunos lectores incluyendo detalles escabrosos, generalmente inventados inocentemente por los testigos. Pero este atropello era diferente, tan fuera de lo común que ha creado ríos de tinta durante medio siglo porque ¡el peatón distraído apareció de la nada! Esta es la historia de Rudolf Fenz, el crononauta más famoso de todos los conocidos, un relato de intriga, investigación y, por supuesto, ¡imaginación! Porque, a pesar de toda la tinta vertida durante años, este personaje nunca existió.
Poco después del trágico suceso, llegó la policía para realizar su ritual de costumbre, inspeccionando el cadáver, abriendo acta del caso, avisando al forense. Nada más contemplar al finado, vieron cosas que no encajaban y que presagiaban algo más que una muerte accidental. El, hasta entonces anónimo personaje, de unos treinta años de edad, yacía en el suelo vistiendo un largo abrigo negro, de tela gruesa poco apropiada para el caluroso verano, un chaleco inmaculadamente limpio y unos extraños zapatos puntiagudos con hebillas de metal. Si no fuera por lo trágico del asunto hubiera sido motivo de risas porque aquel “payaso” parecía salido de una fiesta de disfraces, sus ropas estaban sacadas de las brumas del tiempo pasado. Bueno, un loco excéntrico más que decide suicidarse entre los coches de la Gran Manzana. Todos pensaron eso, hasta que en el depósito de cadáveres se descubrió algo inquietante, el inusual contenido de los bolsillos. Billetes de banco muy antiguos, pero en perfecto estado, tarjetas de visita a nombre de Rudolf Fenz y una carta dirigida al mismo nombre con una dirección de Nueva York, fechada en 1876. Aquello comenzaba a tomar un feo aspecto, ¿Rudolf Fenz era el fallecido? ¿De dónde había salido? ¿Quién era este personaje? La policía intentó localizar a sus familiares buscando en todos los registros de la ciudad el nombre que aparecía en las tarjetas de visita.
Nadie con ese nombre vivía en la ciudad, no apareció ni rastro en la dirección indicada por la carta, ni en las guías telefónicas ni en los registros de los seguros médicos. Literalmente se puede decir que aquel hombre no existía, ningún rastro se encontró para saber algo más de él en Nueva York así que, desesperados, los investigadores recurrieron a inmigración. El nombre sonaba a algo germánico, ¿porqué no probar en Alemania? Tras la Segunda Guerra Mundial muchos alemanes emigraron al Nuevo Mundo, ¿sería Rudolf Fenz uno de aquellos recién llegados? Tras patearse muchos archivos y gastar bastante dinero en llamadas a consulados y funcionarios de Alemania, Suecia y Austria, no se logró absolutamente nada. Milagrosamente, pocas semanas después del accidente, descubrieron el nombre de Rudolf Fenz Jr. en una añeja guía telefónica de 1939. ¿Sería esta una buena pista? Lamentablemente, al acudir a la dirección marcada por la guía de teléfonos, les informaron que había fallecido hacía tiempo con más de setenta años de edad. Posiblemente se tratara del padre o algún familiar del atropellado, pensaron con un destello de esperanza los sabuesos. A pesar de todo, la cuestión no avanzó nada, hasta que el tenaz funcionario Hubert V. Rihn, del Departamento de Personas Desaparecidas, localizó a la viuda de Fenz Jr. La declaración de ésta terminó por descolocar todo el caso. Según la viuda, el padre de su difunto marido había desaparecido sin dejar rastro allá por 1876, cuando salió a pasear y fumar un cigarrillo al anochecer, como solía hacer habitualmente. Nunca más se supo de él. Rihn revisó los archivos policiales del año 1876 para confirmar esa pista y lo que descubrió le puso muy nervioso. En un viejo informe aparecían los datos de la desaparición, tal y como la mujer la había relatado, pero había más. Una pequeña fotografía mostraba la figura del desaparecido, alguien idéntico al hombre atropellado en Times Square. A partir de aquí, la historia de Rudolf Fenz se convirtió en el caso de crononauta más “documentado”, la increíble odisea de alguien perdido en el tiempo que saltó más de setenta años en el futuro para aparecer en medio de Nueva York y morir atropellado por un automóvil, inaudita máquina para alguien del siglo XIX.
Impresionante ¿verdad? Lo sería si la historia fuera cierta, una lástima, resultó no ser más que un Hoax, curiosa palabra inglesa, que definiré más adelante y que agrupa los bulos, patrañas, cuentos y rumores que abundan por doquier. La historia de Rudolf Fenz fue repetida innumerables veces en muchos medios de comunicación, de diferentes formas, con fechas muy variadas, cambiando incluso el nombre del protagonista. Pero todas ellas daban por hecho que se trataba de una historia verídica, totalmente contrastada, con infinidad de datos muy concretos que “alguien” seguro que había investigado ya. Ese alguien nunca existió, hasta que llegó un intrépido londinense afincado en Madrid. Entonces todo se aclaró, el velo del misterio se rasgó y la farsa fue desmontada. Rudolf Fenz nunca existió, no hubo crononauta, sólo la imaginación de un mediocre escritor de ciencia ficción y los deseos ciegos de creer por parte de muchas generaciones de periodistas y lectores. El cazador de crononautas se llama Chris Aubeck y su implacable tenacidad sigue dando frutos.
Chris, interesado en el fantástico caso, dedicó varios meses a recopilar toda la información disponible sobre el mismo. Logró encontrar, sobre todo en Internet, hasta diez versiones diferentes entre sí, pero que conservaban el armazón fundamental de la historia. En el papel impreso la búsqueda no fue tan fructífera. Resultó que fuera de España el caso era casi desconocido, cuando por lógica debiera de ser en los Estados Unidos donde más información se podría localizar. Con un atropello, informe policial, fotografía del desaparecido en 1876, autopsia y otros mil detalles, ¿cómo era posible que el caso fuera tan poco conocido en tierras norteamericanas? Aubeck fue punzado por la intuición: posiblemente todo se trataba de un montaje. Sólo logró encontrar un artículo impreso en inglés, las demás referencias en ese idioma sobre el caso Fenz provenían de Internet. A partir de aquí comenzó la odisea de Chris para localizar la fuente original, cosa que no resultó nada fácil. Desde el libro de Joaquín Gómez Burón, Los Enigmas Pendientes, que vio la luz en 1979, fueron decenas las publicaciones españolas en las que se mostró el caso Fenz como algo indiscutiblemente real, con un montón de pruebas tras de sí, unas pruebas que nadie había visto jamás. Burón bebió de una fuente francesa, un libro de Jacques Bergier y Georges H. Gallet publicado en 1975. Poco a poco, tirando del hilo, Aubeck fue desmadejando el ovillo, libro tras libro, artículo tras artículo. Unos se basaban en otros y, de esa forma, seguramente se podría llegar a la fuente original. Como buen rumor que se precie de serlo, cuanto más atrás en el tiempo investigaba, más se enrarecía la cuestión. En unos casos los apellidos cambiaban, de Fenz a Fentz, de Rihn a Rihm. Esto se podía achacar a las traducciones. Pero es que, para más gracia, cada cual añadía pequeños aliños a su gusto, como la hora de aparición de Fenz en medio de la calle, testigos que hablaban del atropello y que decían que había aparecido de la nada o más datos sobre el sabueso Rihm y sus desvelos tras las esquivas pistas del crononauta. De España a Francia, de ahí a Italia, para continuar en Noruega. La cosa se ponía interesante, las fuentes saltaban de un país a otro como si se tratara de espías internacionales. La fuente original parecía encontrarse en un artículo publicado en los Estados Unidos para The Journal of Borderland Research, en la edición mayo/junio de 1972. Su autor, Vincent H. Gaddis relataba el caso en primera persona y además se atrevía a comentar el significado oculto del caso, anotando que su fuente inicial había sido el difunto Ralph M. Holland, de la revista Collier´s.
Para los redactores de Borderland Sciences, el salto en el tiempo protagonizado por Fentz, o Fenz si se prefiere, había sido cosa de la “cuarta dimensión” y, según les informó una médium, los extraterrestres, cómo no, andaban por el medio. Aubeck se propuso descubrir quién era Ralph M. Holland. Este norteamericano nació en 1899, estudió periodismo y escribió muchas historias de ciencia ficción que se publicaron en varias revistas, incluida una fundada por él mismo, The Science-Fiction Review. Era también un fantasioso “contactado” que bajo el seudónimo de Rolf Telano publicó varios libros en los que afirmaba relacionarse con un extraterrestre llamado Borealis. Sus tramas son delirantes, mezclando mitología pseudoufológica con relatos de la Atlántica o Lemuria. Con el caso Fentz, Holland y la Borderland intentaron atraer al público hacia sus fantasías sobre la cuarta dimensión, generando una leyenda perdurable. Aun así, Holland no fue el iniciador del caso, sino que éste se basó en una obra de ficción que un escritor más conocido llamado Jack Finney había publicado en 1951. Formando parte de un relato corto titulado Estoy asustado , la imaginaria historia de Rudolf Fentz, con casi todos sus detalles, surgió de la fantasiosa mente de Finney, nunca fue real. Este escritor, fallecido en 1995, no es un desconocido en el mundo de la ciencia ficción. Fue muy prolífico y su tema favorito era, como no podía ser menos, el viaje en el tiempo. La famosa película Invasión de los Ultracuerpos se basó en uno de sus cuentos cortos publicado en Collier´s en diciembre de 1954.
El texto de este post corresponde a un fragmento, a modo de “adelanto”, de lo que será mi segundo libro publicado: Crononautas, los viajeros del tiempo. Eso, si todo sale bien y las deidades editoriales no hacen de las suyas.
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