martes, 3 de septiembre de 2013

EL ENIGMA SAGRADO III



¿Qué pasaría con los millones de individuos de todo el mundo para los cuales Jesús es el Hijo de Dios, el Salvador, el Redentor? ¿En qué medida el Jesús histórico, el rey-sacerdote, amenaza la fe? 

Debajo de la mayor parte de la teología cristiana está la suposición de que Jesús es la encarnación de Dios. 
Dios, apiadándose de su creación, cobró forma humana. De esta manera podría conocer de primera mano la condición humana. Experimentaría las vicisitudes de la existencia humana. Llegaría a comprender, en el sentido más profundo, qué significa ser hombre. 
El significado simbólico de Jesús consiste en que es Dios expuesto al espectro de la experiencia humana.
¿Podía Dios afirmar que conocía la totalidad de la existencia humana sin enfrentarse a dos aspectos esenciales como la sexualidad y la pater¬nidad?
De hecho, no creemos que la encarna¬ción simbolice lo que se pretende que simbolice a menos que Jesús estuviera casado y engendrase hijos. El Jesús de los evangelios, y del cristianismo establecido, es incompleto, un Dios cuya encarnación como hombre es parcial. A núestro modo de ver, el Jesús de nuestras investigaciones goza de un derecho mucho más válido a ser lo que el cristianismo pretende que sea.

No podemos señalar un hombre y decir que es descendiente por línea directa de Jesús. 
Los árboles genealógicos se bifurcan, subdividen, se multiplican y forman bosques. Actualmente hay en Inglaterra y Europa una docena de familias cuyo linaje es merovingio. Entre ellas están las casas de Habsburgo-Lorena (actuales duques titulares de Lorena y reyes de Jerusalén), Plantard, Luxemburgo, Montpézat, Montesquieu y más. 
Según los «Prieuré», la familia Sinclair de Inglaterra también está aliada a la es¬tirpe, al igual que los Estuardo. Segura¬mente, la mayoría de estas casas podría afirmar que descienden de Jesús; y si un hombre debe ser pro¬puesto como rey-sacerdote, no sabemos quién es.



Pero varias cosas quedan claras. El descendiente de Jesús no sería más divino, más milagroso, que el resto de nosotros. Sin duda esta actitud la compartirían muchísimas personas de hoy. Sospechamos que también la comparte la Prieuré de Sion. 
Además, la revelación de un individuo, o grupo de individuos, descen¬diente de Jesús no sacudiría al mundo como lo hubiese sacudido hace dos siglos. 
Aunque hubiese «pruebas irrefuta¬bles», muchas personas se limitarían a decir: «¿Y qué?». No parece haber muchos motivos para los complejos planes de la Prieuré, a no ser que dichos planes estén aliados con la política. Sean cuales sean las repercusiones teológicas de nuestras conclusiones, pa¬rece claro que hay otras repercusiones que pueden afectar el pensamiento, valores, institucionaes.
Ciertamente, en el pasado las familias descendientes de los merovingios estaban impregnadas de política y entre sus objetivos se contaba el poder político. Al parecer, lo mismo ocurría en la Prieuré. De hecho, todos los datos inducen a pensar que la Prieuré piensa en términos de una unidad entre la Iglesia y el Estado, lo secular y lo espiritual, lo sagrado y lo pro¬fano, la política y la religión. En muchos de sus documentos la Prieuré afirma que el nuevo rey, de conformidad con la tradición merovingia, «reinaría pero no gobernaría». Dicho de otro modo, un rey-sacerdote que actuaría en una capacidad ritual y simbólica; y la tarea práctica de gobernar la llevaría a cabo otra per¬sona o personas y cabe concebir que sería la Prieuré de Sion.

Durante el siglo XIX la Prieuré, a través de la francmasonería y el Hiéron du Val d'Or, intentó establecer un Sacro Imperio Romano «actualizado», una especie de Estados Unidos y Teocráticos de Europa, gobernados por los Habsburgo y por una Iglesia reformada. Esta empresa se vio frustrada por la primera guerra mundial y por la caída de las dinas¬tías en Europa. Pero no es irrazonable suponer que los actua¬les objetivos de la Prieuré son parecidos.
Ni que decir tiene, sólo podemos hacer conjeturas. Pero parecen incluir unos Estados Unidos Teocráticos de Europa, una confederación transeuropea o paneuropea reunida en un imperio moderno y gobernado por una dinastía descendiente de Jesús. Esta dinastía no sólo ocuparía un trono de poder político o secular, sino también el trono de San Pedro. Una especie de «sistema feudal» del siglo XXI, pero sin los abusos que se relacio¬nan con dicho sistema. Y el proceso real de gobernar residiría en la Prieuré de Sion, que podría adquirir la forma de un parlamento dotado de poderes ejecutivos o legislativos, o de ambos.



Una Europa así constituiría una fuerza política nueva y unificada, una entidad cuya categoría sería comparable a Estados Unidos. De hecho, podría resultar más fuerte porque se apoyaría en cimientos espirituales en lugar de cimientos teóricos e ideológicos. Apelaría, no sólo a la cabeza del hombre, sino también a su corazón. 
Puede que un programa de esta índole parezca quijotesco. Pero a esta altura la historia ya debería habernos enseñado a no infravalorar el potencial de la psique colectiva. 
Hace pocos años hubiera parecido inconcebible que un zelote religioso —sin un ejército propio, sin un partido político— pudiera derribar el régimen del sha en Irán. Y eso es lo que consiguió el ayatollah Jomeini.
Por supuesto, no estamos dando una voz de alarma. No tenemos motivos para juzgar que la Prieuré sea siniestra. Pero Jomeini es un testimonio del poder potencial del impulso religioso y de las maneras en que dicho impulso puede aprovecharse. Estos fines no suponen nun abuso de la autoridad. El impulso religioso es una fuente de poder potencial. El impulso religioso refleja una profunda necesidad psicológica y emocional. 
Sabemos que la Prieuré no es una organización de «elemen¬tos lunáticos». Sabemos que está bien financiada e incluye a hombres que ocupan puestos de responsabilidad e influencia en la política, la economía, los medios de comunicación y las artes. 
Sabemos que desde 1956 el número de sus miembros ha aumentado, como si se estuviera preparando para algo; y Plantard nos dijo que él y su orden estaban trabajando de acuerdo con un calendario preciso. También sabemos que desde 1956 la Prieuré ha puesto cierta información a disposición del público, y lo ha hecho de manera discreta, poco a poco, para despertar interés. 
Si la Prieuré piensa «mostrar sus cartas», ya ha llegado el momento de que lo haga. Los sistemas e ideologías políticos están cerca de la bancarrota. 
El comunismo, el socialismo, el fascismo, el capitalismo, la democracia occidental han traicionado sus promesas, y no han logrado que se cumplieran los sueños que engendraron. 
Debido a su estrechez, a la falta de perspectiva y al abuso de sus cargos, los políticos ya no inspiran confianza. En Occidente se registran un cinismo, una insatisfacción y una desilusión cada vez mayores. Crecen la tensión psíquica, la angustia y la desesperanza. Pero hay también una creciente búsqueda de realización emocional, de una dimensión espiritual en nues¬tras vidas. Hay un anhelo de encontrar un sentido renovado de lo sagrado y este anhelo constituye un renacimiento religioso, como demuestra la proliferación de sectas y cultos, así como la creciente marea de fundamentalismo que se observa en Estados Unidos. 
Hay también un deseo de contar con un «líder», no un «Führer», sino una especie de figura benévola y espiritual, un «rey-sacerdote». Nuestra civilización se ha saciado de materialismo y ello le ha hecho percatarse de un hambre más profunda. Ahora empieza a mirar hacia otra parte, buscando la satisfacción de necesidades emocionales, psicológicas y espirituales.

Un clima como éste parece propicio para la Prieuré. Coloca a la orden en condiciones de ofrecer una alternativa. No es probable que dicha alternativa constituya una utopía o la Nueva Jerusalén. Pero, en la medida en que satisface necesidades que los sistemas existentes ni siquiera reconocen, podría resultar atractiva.
Hay muchos cristianos devotos que no vacilan en equiparar el Apo¬calipsis con el holocausto nuclear. ¿Cómo podría interpretarse el adve¬nimiento de un descendiente de Jesús? Para un pú¬blico receptivo podría ser una especie de Segunda Venida.

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