Isaac Newton nació en Lincolnshire en 1642.
Era descendiente de la «antigua nobleza escocesa», según él mismo insistía, aunque nadie se tomó muy en serio tal afirmación. Se educó en Cambridge, fue miembro de la Royal Society en 1672.
En 1689-1690 se asoció con John Locke y con un individuo enigmático que se llamaba Nicholas Fatio de Duillier. Al parecer, Duillier, que descendía de la aristocracia ginebrina, paseó su insolencia por toda Europa. A veces trabajó como espía, normalmente contra Luis XIV de Francia. También fue íntimo de todos los científicos importantes de la época. Y fue el amigo más íntimo de Newton.
En 1703 Newton fue elegido presidente de la Royal Society. Más o menos por aquel entonces también hizo amistad con un joven refugiado protestante francés llamado Jean Desaguliers, que era uno de los dos encargados de experimentos de la Royal Society. Desaguliers se convirtió en una de las principales figuras de la proliferación de la francmasonería en Europa. Estuvo asociado con destacadas figuras masó-nicas. Y en 1731, en su calidad de maestre de la logia masónica de La Haya, presidió la iniciación del primer príncipe europeo que se hizo masón. El príncipe en cuestión era Francois, duque de Lorena, quien tras su matrimonio con María Teresa de Austria, se convirtió en Sacro Emperador Romano.
No hay ningún testimonio de que Newton fuera masón. Al mismo tiempo, era miembro de una institución semimasónica, «Club de Caballeros de Spakiing», que incluía figuras como Alexander Pope.
Asimismo, ciertas actitudes y obras suyas reflejan inquietudes compartidas por figuras masónicas del período. Estimaba a Noé, más que a Moisés, como fuente esencial de sabiduría esotérica.
Ya en 1689 había iniciado un estudio de las monarquías antiguas. Esta obra, The chronology of ancient kingdoms amended, trataba de establecer los orígenes de la institución monárquica. Según Newton, el judaismo antiguo había sido depositario del conocimiento divino, que se había diluido, corrompido y perdido en gran parte. Sin embargo, él creía que parte de dicho conocimiento se había filtrado hasta Pitágoras, cuya «música de las esferas» era, a juicio de Newton, una metáfora de la ley de la gravedad.
En su intento de formular una metodología científica precisa para la datación de los acontecimientos, tanto de las Escrituras como de los mitos clásicos, utilizó la búsqueda del Vellocino de Oro por parte de Jasón como acontecimiento fundamental; y, al igual que otros escritores masónicos y esotéricos, interpretó dicha búsqueda como una metáfora alquímica.
También trató de discernir «correspondencias» herméticas entre la música y la arquitectura. Y, al igual que muchos masones, atribuyó gran importancia a la configuración y las dimensiones del templo de Salomón. A su modo de ver, dichas dimensiones y configuración ocultaban fórmulas alquímicas; y él creía que las antiguas ceremonias que se celebraban en el templo llevaban aparejados procesos alquímicos.
Para nosotros fue una revelación que Newton se preocupara por estas cosas. Ciertamente, no concuerdan con la imagen de Newton que se promulga en nuestro propio siglo. En realidad, Newton, más que cualquier otro científico de su época, estaba empapado de textos herméticos y en sus propias actitudes reflejaba la tradición hermética.
Persona profundamente religiosa, le obsesionaba la búsqueda de una unidad divina y de una red de correspondencias inherentes a la naturaleza. Esta búsqueda le llevó a la exploración de la geometría y la numerología sagradas, el estudio de las propiedades intrínsecas de la forma y el número.
En virtud de su asociación con Boyle, era también un alquimista practicante que atribuía importancia primordial a su obra alquímica. Además de ejemplares anotados personalmente de los manifiestos «rosacruces», en su biblioteca había más de cien obras alquímicas. Una de ellas, un volumen de Nicolás Flamel, la había copiado laboriosamente a mano.
Mantuvo correspondencia sobre el tema con Boyle, Locke, Duillier y otros. En una de las cartas incluso aparecen borradas ciertas palabras clave.
Si las inquietudes científicas de Newton eran menos ortodoxas de lo que habíamos imaginado, lo mismo ocurría con sus opinio¬nes religiosas. Era hostil, aunque de modo callado, a la idea de la Trinidad. También repudiaba el deísmo que estaba de moda en su tiempo y que reducía el cosmos a una vasta máquina mecánica construida por un Ingeniero Celestial. Puso en duda la divinidad de Jesús. Dudaba de la autenticidad del Nuevo Testamento y creía que ciertos pasajes eran corrupciones interpo¬ladas en el siglo V. Se sentía intrigado por algunas de las primeras herejías gnósticas y escribió un estudio sobre una de ellas.
Alentado por Duillier, Newton mostró también una simpatía notable por los camisardos o Profetas de Cévennes, los cuales, poco después de 1705, empezaron a aparecer en Londres. Llamados así a causa de sus túnicas blancas, los camisardos habían surgido en el sur de Francia. Al igual que los cataros, se oponían con a Roma y recalcaban la supremacía de la «gnosis» o conocimiento directo sobre la fe. Al igual que los cataros, ponían en entredicho la «divinidad» de Jesús y habían sido suprimidos por la fuerza militar. Expulsados de Languedoc, los herejes encontraron refugio en Ginebra y en Londres.
Pocas semanas antes de morir, Newton quemó las numerosas cajas de manuscritos y papeles personales. Sus contemporáneos quedaron muy sorprendidos al ver que, ya en su lecho de muerte, no solicitaba los últimos sacramentos.
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